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UN HOSPITAL QUE ENSEÑA 167 Una experiencia inolvidable Definitivamente no fui a trabajar, para mí fue Cardiología espiritual intensiva para mi corazón. Han transcurrido algo más de un par de años desde aquel suceso que me enseñó a saborear una de las experiencias más im- portantes de mi vida. Luego de exhaustas rotaciones durante el internado de la carrera de medicina y a la espera de que la pre rural sea un tanto más relajada y cercana geográ- ficamente, como lo comentan mis colegas de otras universidades. Se escucha entre los corredores del hospital chismes y sospechas de que aquel requisito obligatorio, la pre rural, no iba a ser en un lugar cercano, peor aún relajado. Se habla de una rotación en el sitio más alejado de la patria, es en el Oriente, dicen algunos más preocupados, dicen que se va la luz en la noche y no hay agua, dicen otros, el pánico empieza hacer de las suyas dentro del pe- queño conglomerado de sufridores internos de medicina. Las sospechas se confirman, en efecto, tendremos que trasladarnos a un lugar muy alejado, con gente desconocida y sin posibi- lidad de retorno los fines de semana. Pero el hecho de haber sido los conejillos de indias de un proceso de fundación universitaria nos hacía estar acostumbrados a ser llamados punta de lanza y por ello estar dispuestos a todo. “Seguiremos adelante”, decíamos como recogiendo fuerzas, consolándonos y siendo algunos positivistas frente a otros no tan entusiasmados con el hecho. Al fin, el día del “sorteo” del personaje que te acompañará en aquella travesía llegó, no fue tan al azar, me asignaron al único compañe- ro varón de la clase, al parecer aunque sin un motivo real demostrado, no podríamos viajar dos especímenes congenotipo similar pero con al menos un cromosoma diferente. Por suerte la afinidad tocó la puerta en esa ocasión. Con maleta en mano y pagando sobrepeso en el aeropuerto por la cantidad absurda de libros que llevé, nos embarcamos en un vuelo local en la tarde rumbo al Coca, allí pasamos la noche para en horas de la ma- ñana tomar la barcaza que nos trasladaría a la frontera con el Perú. Con el ocaso de la tarde, anonad dos por el atardecer color naranja intenso en un cielo amplio limpio, que ni en sueños poder ha- llarlo en las grandes ciudades, muy cansa- dos luego de más de diez horas de viaje por el hermoso Río Napo, llegamos a nuestro destino, el hospital de Nuevo Rocafuerte.

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