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UN HOSPITAL QUE ENSEÑA 161 D esde que llegué al Hospital, en el año 1970 siempre he podido constatar que la Amazonía, con su aureola de misterio y exotis- mo, ha fascinado a muchas personas. Con una frecuencia totalmente irregular, so- metida a las leyes de los caprichos huma- nos, he visto desfilar por nuestra pequeña población de Nuevo Rocafuerte viajeros procedentes de mil rincones del mundo, algunos con la aureola de verdaderos via- jeros eternos, que saltan de un país a otro tratando de satisfacer el ansia de lo nuevo, de aquello que les saque de la rutina de la vida cotidiana en su lugar de asentamiento habitual. Dentro de este grupo variopinto, he po- dido encontrarme con estudiantes de me- dicina procedentes de diferentes países de América y, con mayor frecuencia de la esperada, de jóvenes viajeros europeos. Algunos de ellos han querido permanecer cortas temporadas en nuestro hospital, ciertamente con el deseo sincero de ayu- dar y, ¿por qué no?, con el ansia de cono- cer formas diferentes de enfermar y pato- logías que nunca tendrán oportunidad de conocerlas en sus propios países. Recuer- do algunos de estos encuentros, donde el diálogo sobre mi vida y mis experiencias ocupaba largas horas y donde su curio- sidad joven nunca llegaba a saciarse. No era solo la medicina lo que les interesaba, sino el entorno en que ésta se llega a vivir aquí. Llegaban a percibir que multitud de técnicas de diagnóstico, consideradas esen- ciales en la medicina de nuestro tiempo, se

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