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Curar en la selva herida 152 vómitos. Le acompañaba su esposo y el mo- torista. - Subámosle al hospital. Preparemos lo ne- cesario para una cirugía. Las hermanas iniciaron el trabajo con rapi- dez y eficacia. Hicimos las pruebas sanguí- neas correspondientes y vimos que la san- gre del esposo era apta para transfundirle a ella. Inmediatamente preparamos el mate- rial para una primera transfusión y una se- gunda bolsa para la intervención quirúrgica. A la enferma se la veía mal. Todo hacía pen- sar que el útero había estallado y, efectiva- mente, el niño se le palpaba directamente bajo la cubierta delgada del abdomen. Cuan- do la instalamos en la mesa quirúrgica su tensión arterial apenas era posible medirla. Sueros y sangre pasaban a toda prisa, pero la tensión no subía. Esperar era sentenciarla a una muerte por vaciamiento sanguíneo in- tra-abdominal; así es que, bajo una anestesia general suave, entramos en aquel abdomen. El útero estaba terriblemente desgarrado y en muchas áreas tenía un aspecto necró- tico. El niño, naturalmente, hacía muchas horas que había muerto. Retiramos la cria- tura y la placenta y tratamos de realizar una histerectomía. Era difícil; el tejido de ambos anexos, en la zona de penetración de las ar- terias uterinas en el útero, era muy friable y las ligaduras apenas se podían sostener. El padre Mercier asomó a la puerta del qui- “Hacía apenas dos semanas que había hecho una visita a Angoteros, a unos 150 km de Nuevo Rocafuerte, Napo abajo, en el Perú. Allí se encuentra el padre Juan Marcos Mercier, franciscano canadiense, quien, desde hace años, comparte vida y preocupaciones con el pueblo Naporuna, acompañado por un peque- ño equipo de Teresianas. Me gusta visitarle y compartir unas horas con él. Su persona irra- dia una vocación de entrega y encarnación en la cultura kichwa. Estábamos en la casa de las hermanas, en el hospital, después de una jornada hospitalaria normal cuando, por la puerta de la casa, apa- rece el padre Juan Marcos. Se le veía cansa- do y preocupado. -¿Qué ocurre? ¡Nos habíamos despedido has- ta dentro de tres meses! - Vengo con una enferma muy grave. Hace cin- co horas que salimos de Angoteros. Nos han dejado pasar por los puestos militares sin nin- guna dificultad. Se trata de una joven mujer que no puede dar a luz: la mano del niño aso- ma entre sus piernas. Está vomitando y muy pálida y fría. Nos parecía imposible plantear una salida a Iquitos y he pensado en ti. No sé si podrás hacer algo. Salimos corriendo de la casa y llegamos al puerto del hospital. En el fondo del deslizador se encontraba la mujer, entre cobijas y plásti- cos, pálida y con las señales de sus muchos
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