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Durante años nuestra siguiente parada era en Playas de Cuyabeno, a unos 150 km de Zancudo. Solo alguna familia aislada encon- trábamos en este recorrido. Recuerdo aún la parada en Zábalo, en aquellos primeros años, donde se encontraba la familia Chávez, co- lombianos que se habían instalado en nuestra Amazonía, y donde comenzaban su aven- tura amazónica, desde la ausencia de todo, pero llenos de coraje para luchar y progre- sar. Fue allí, en la franja de selva desbrozada para plantar maíz, donde encontraron una preciosa olla funeraria que presidió duran- te años mi consultorio en el Hospital y que llegaría a formar parte de nuestra colección de cultura Napo de Pompeya. Ellos, los Cha- vez, partirían después a la comuna de Playas de Cuyabeno y se integrarían plenamente en la comunidad. Esta es la familia en que años después perderían a uno de sus hijos en un accidente relacionado con la fragilidad de las ramas de un guabo. Desde Playas nos gustaba surcar por el pequeño y serpenteante río Cu- yabeno, hasta sus cabeceras, donde vivía una comunidad Siona, que nos acogía con calor y recibía agradecido nuestra ayuda en sus pro- blemas de salud. Un día después regresába- mos al Aguarico y surcábamos sus aguas, de- teniéndonos en las casas de las pocas familias que vivían en la zona, llegando hasta la co- munidad de Puca Peña (Peña roja). Un par de días nos bastaban para participar en su vida e intercambiar inquietudes y diálogos, mien- tras dedicábamos unas horas a una reunión comunitaria para realizar nuestro servicio religioso y atención sanitaria. Dos días des- pués iniciábamos nuestro regreso, cansados y P ero el río Aguarico, con sus comuni- dades distantes de cualquier centro poblacional, fue un foco preferencial de la asistencia fluvial del Hospital Franklin Tello. Cada cuatro meses aproximadamente, un equipo humano, en el que siempre me incluía, partía en una canoa hacia la bocana del Aguarico para surcar sus aguas, visitar en primer lugar los destacamentos militares situados en la margen derecha del río hasta la desembocadura del río Lagarto. Frecuen- temente estas cortas visitas nos permitían conversar con los conscriptos ecuatorianos, siempre en reducido número de 3 a 6 en cada destacamento, y animarles en esa vida de ais- lamiento en que se encontraban, lejos del co- mando militar de Tiputini. Frente a cada uno de estos destacamentos se encontraba la ré- plica peruana, casi siempre un poco más nu- merosa, normalmente en buenas relaciones y dispuestos a ayudarse en sus necesidades más perentorias, como en la falta de algún medi- camento de urgencia. Desde Lagarto nosotros abandonábamos la línea fronteriza y continuábamos surcando el río Aguarico, ya en pleno territorio ecua- toriano. Cincuenta km más arriba aparecía la primera comunidad de población civil: Zan- cudo. Se trata de una comunidad importante, existente desde hace muchos años, instalada cerca de una de las hermosas lagunas de la región: “Zancudo cocha”. Siempre nos quedá- bamos uno o dos días, compartiendo con la comunidad sus inquietudes y acompañándo- les en sus problemas de salud, y también en sus preocupaciones sociales y religiosas. 141 Aguarico predilecto Un hospitalque navega por los ríos amazónicos

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