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135 25 años, y brillaba en ella una especial sen- cillez y transparencia. También me acom- pañaba un joven kichwa, que comenzaba a trabajar con nosotros y estaba aprendiendo el manejo del deslizador. Mientras viajába- mos les comentaba a mis acompañantes las aventuras terapéuticas con una señora de Tiputini, paciente siempre con problemas, a quien había pedido que saliera a Quito en el vuelo que salía a esas horas para operarse dedicadas a las visitas domiciliarias me que- da un recuerdo imborrable, doloroso y muy triste, que quedó grabado para siempre en mi memoria y también en mi corazón. Era un sábado, aparentemente como los demás. Me acompañaban dos hermanas, una de ellas recién venida a nuestro hos- pital, al poco tiempo de llegar de España. Se llamaba Maria Ángeles Ayestarán, tenía La ambulancia en el puerto Siempre lista para cuando hay casos graves y se requiere evacuar a los pacientes. Un hospitalque navega por los ríos amazónicos

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