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127 Pero, lo que permanecía en absoluta oscuri- dad era el camino de entrada de estos pará- sitos. Ante mi insistencia en el interrogato- rio, Josefina aseguraba que su hijo pasaba de la cuna al seno y del seno a la cuna y jamás había establecido contacto con el suelo. El niño recibió a los pocos días la segun- da dosis de antiparasitario y comenzó un por si acaso. Mañana me traes una mues- tra. La verdad es que yo pensaba en una malformación congénita del niño, como un pequeño tumor intestinal, que había comenzado a sangrar. El examen de heces mostraba una gran cantidad de huevos de anquilostomas. No podía creerlo. El niño no caminaba. ¿Cómo era posible que las larvas de estos pequeños gusanos hubieran penetrado a través de sus pequeños pies? Hasta la fecha no se conocía otra vía de in- festación de estos parásitos intestinales. Le dimos a tomar 2 cm de una suspensión de Pamoato de Pirantel, uno de los antipa- rasitarios activos para anquilostomas. Le pedimos que nos trajera el pañal con las heces del niño, para comprobar su conte- nido en parásitos. A la mañana siguiente Josefina nos traía un verdadero ¡regalo!: en el pañal, en medio de una deposición blanda, cientos de pe- queños gusanos blanquecinos pululaban llenos de vida. La hna. Imelda y yo nos de- dicamos a la ingrata tarea de aislar uno por uno los pequeños anquilostomas, lavarlos y guardarlos en una placa de Petri con sue- ro fisiológico. Posteriormente los pasamos a un líquido fijador y en último término, a un recipiente de vidrio con un líquido con- servador. ¡Aquel recipiente conserva, casi con toda seguridad, los cien anquilostomas que han causado la parasitosis intestinal por unci- narias más precoz que se haya descrito en la literatura médica! Un caso carac- terístico de las graves parasito- sis intestinales en el Napo Niño peruano con ane- mia intensa por anquilostomiasis. Un hospital frente a situaciones extremas

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