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123 - ¿Qué hacer?, me pregunto. Vamos al quirófano y veamos. Todo está preparado para una cesárea, pero, ¿será necesario? ¿No podríamos ex- traerlo por vía vaginal? Claro que una ex- tracción exige algunas medidas destructi- vas sobre el feto, pero sería más rápido y menos traumático para la madre. Comienzo una tarea desagradable y re- pulsiva. Vacilo, reinicio, vuelvo a comen- zar, pero, en realidad, no lo sé hacer y tantas maniobras a la postre resultan muy traumáticas para la madre. Al final, impo- tente, decido abordar la vía abdominal y realizar una cesárea. Cuando hago la laparotomía infra um- bilical media me encuentro con un úte- ro desgarrado por varios puntos y sólo sostenido por el peritoneo visceral que lo envuelve. Había que realizar, en realidad, una extirpa- ción completa del útero, una histerectomía y ésta se hace sin problemas especiales. Al día siguiente la paciente sufre un ede- ma facial; su función renal acusa fallos; existen cilindros granulosos en el sedi- mento de la orina. Poco a poco, en los días sucesivos, la paciente camina hacia la recuperación. Diez y siete días después de su ingreso deja el hospital recuperada, pero triste. ¡Quién le iba a decir que su visita al ho- gar de sus padres, en busca de protección para ella y su niño, le iba a traer tantos problemas! comienza a no funcionar. Madre e hija se inquietan. Los dolores se hacen más fuer- tes y, como el muchacho no avanza, la an- gustia aparece. ¿Qué vamos a hacer aquí, las dos solas, tan lejos de cualquier lugar donde acudir en busca de ayuda? El atardecer del día 21 de diciembre les coge organizando un viaje increíble, en una pe- queña canoa, a remo, solas las dos, río abajo, hacia Tiputini y Rocafuerte. Ya Gladys no se puede aguantar y estar quieta; cada contrac- ción le hace revolcar en el fondo de la canoa, a diez centímetros del agua, que en ocasiones penetra por los costados. La madre, doña Clemencia, dirige desde la popa y Gladys rema los momentos que sus dolores se lo permiten. Cuando asoman por san Vicente ya Gladys está acostada, no se puede doblar: entre sus piernas ha aparecido la mano de su criatura y ambas mujeres se mueren de miedo y temor. La corriente les empuja, pero no fuertemente, porque el río está bajo. En varias ocasiones están a punto de naufragar. Agotadas, llorando a ratos, de mañana, con las primeras luces, llegan a Tipurini. Cuando el enfermero militar le examina corre a sus autoridades: - Hay que trasladar a esta señora rápida- mente a Rocafuerte. Si no se le opera mori- rá; el niño ya está muerto. Por teléfono avisan a la marina de Roca- fuerte para que comuniquen al hospital y estemos preparados. A las 9 de la mañana llega la paciente en un deslizador. Gladys está exhausta, pero no chocada. Brazo y hombro de la criatura asoman por la vulva, completamente cianóticos. Un hospital frente a situaciones extremas

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