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Un hospital frente a situaciones extremas 117 y su mujer viajaban a Lago Agrio. No sabía más. Esperaba que hubieran llegado y que se encontrara en el hospital, seguramen- te ya operada. Quedó con Adolfo en que desde Lago Agrio se comunicarían con los militares de Boca de Cuyabeno para saber qué había ocurrido. Cuando por la tarde llegamos a Boca de Cuyabeno los militares no habían recibido ninguna noticia y, aunque intentamos por todos los medios comunicarnos con Lago Agrio, fue completamente imposible. Regresamos a Nuevo Rocafuerte con el interrogante del final de este drama obs- tétrico y solamente varios meses después supimos que todo había ocurrido de forma feliz: la enferma llegó a Lago Agrio y a los pocos minutos se hospitalizaba. Antes de una hora entraba en quirófano y madre e hijo se salvaban. En varias ocasiones he podido ver el hermo- so niño de Ninfa Emperatriz, quien de alguna manera debe su vida a una serie de circuns- tancias que providencialmente ocurrieron en las horas cercanas a su nacimiento. cuando con la linterna para navegar casi como de día. Llegamos a la casa de Bolívar, le levantamos de la cama, le explicamos de qué se trataba. No necesitó dos minutos para decidir. Efec- tivamente tenía canoa grande, motor y ga- solina. Se vistió y nos pidió que nos adelan- táramos a la casa de los padres de Ninfa para explicarles: el vendría en pocos minutos, tras preparar el motor y la canoa. Evidente- mente la experiencia sufrida en carne propia con el problema completamente idéntico de su mujer unos años atrás le permitió tomar rápidamente una decisión. En la casa de los padres nos detuvimos unos minutos; estuvieron de acuerdo, entre la angustia y la preocupación. Decidieron que fuera Adolfo con Ninfa en la canoa a Lago Agrio. Se pusieron de acuerdo para llevar algo de dinero y regresamos con ellos a la casa de Jorge Licuy. Providencialmente Ninfa estaba más tranquila y sus dolores se habían espaciado y eran más suaves. A las dos y media la canoa llegaba a la casa: era una gran canoa, con una tarima en el centro, donde se pensaba colocar a la pa- ciente. La instalamos y Bolivar Coquinche, Adolfo Tuni y la enferma salían hacia Chi- risa, en medio de la noche, a una velocidad normal, como si de día se tratara. A la mañana siguiente continuamos nues- tro programa. Cuando hacia el mediodía finalizábamos la reunión comunitaria, Bo- lívar Coquinche estaba llegando de regre- so. En cinco horas había llegado a Chirisa, la paciente en buen estado. Pocos minutos después alquilaron una furgoneta y Adolfo En manos del doctor El pequeño pa- ciente, tranquilo, hospitalizado por un problema intestinal.

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