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Un hospital frente a situaciones extremas 115 una presentación transversa y procidencia de mano. De esta misma zona del Aguarico había sido trasladada al hospital – 450 km de angustia – para realizar una interven- ción quirúrgica. Poco antes de la comida de la tarde pude conversar durante un rato con la Sra. Ce- cilia sobre sus actividades de comadrona. Me decía que en su larga experiencia nunca había tenido graves problemas y los partos se resolvieron siempre con satisfacción. Re- cuerdo que en la conversación le pregunté: - ¿Nunca ha tenido el problema de la aparición de una mano por el canal del parto? - No, Doctor. Nunca en mi vida he te- nido ese problema. Parto de nalgas y de pies, en más de una ocasión, pero aunque más difícil, el parto siempre ha seguido adelante. - Verdaderamente ha tenido mucha suerte y seguro que Dios le ha acom- pañado. Una presentación de mano crea problemas imposibles de resolver en la casa, fuera del hospital. Así continuamos por unos minutos y después nos despedimos hasta la maña- na siguiente. Seguro que ella no dormi- ría demasiado con el parto en perspec- tiva, pero nosotros estábamos cansados y, una vez instalada la hamaca y el mos- quitero, nos retiramos a dormir. A la una de la noche el señor Jorge me llamó: - Doctor, por favor, levántese, tene- pacto, que da nombre al área (Pucapeña- peña roja). Nos recibieron doña Cecilia, don Jorge, sus hijas y una de sus nueras. También se encontraba en la casa Adolfo Tuni, quien la víspera había traído a su mujer, Ninfa Emperatriz Shiguango, de 25 años, quien estaba a punto de dar a luz. Doña Cecilia es la gran comadrona de la región y muchos de los niños han nacido en sus manos. Nos instalamos en la amplia antesala de la casa, abierta al campo y al río. Detrás se encuentran las habitaciones de la familia y, al fondo, la amplia cocina y comedor fami- liar. En un ángulo de la antesala, disimu- lada tras un amplio plástico, se encuentra la pequeña habitación triangular donde espera la joven madre su próximo parto. La Sra. Cecilia realiza periódicamente sus controles y ejercita su forma peculiar de asistencia. Nosotros saludamos a la familia, inter- cambiamos los gestos y conversaciones ha- bituales de llegada y nos instalamos en la antesala. Cuando se aproximaba la noche la Sra. Cecilia, para que nos encontráramos más cómodos, trasladó a la joven madre a un lugar reservado de la parte posterior de la casa. Todo transcurría con normalidad y, al parecer, el acontecimiento de un nuevo parto en la casa se esperaba con la naturali- dad y sencillez habituales. A ratos, viendo a Ninfa Emperatriz, se me pasó por la mente la imagen de una her- mana suya, Alexandra, un poco mayor que ella, a quien tuvimos que asistir en Nuevo Rocafuerte no hacía mucho tiempo, con

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