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Curar en la selva herida 114 pital, siempre sonriente. Cuando realizamos el control radiográfico, a los cuatro días, observamos dos cosas: la primera, que el alineamiento de las dos partes del húmero era perfecto y, segunda, que las dos agujas de Kirschner se las veía bien alineadas a ambos lados del húmero. ¡Verdaderamente no habíamos escogido la dirección exacta! Pero, en cualquier caso, lo que pretendíamos con ellas se había con- seguido de forma más simple y completa. Una niña como Fiorela conserva siempre sus inclinaciones y aficiones. ¡No habían pasado diez días y ya la encontramos, en más de una ocasión, trepándose a nuestros pequeños árboles de naranjo! 48 días des- pués de la fractura Fiorela regresaba a su casa restablecida. Cuando recientemente, nos hemos encontrado con ella y le hemos preguntado cómo va su afición por los gua- bos, muy seria nos responde que ya no se sube a ellos, pero no creo que tengamos la obligación absoluta de creerle…” anestesia intravenosa. Limpiamos la herida y, sobre todo, el área en que la diáfisis del húmero asomaba. Después de lavarle repe- tidamente tratamos de reducir la fractura y encajar las dos partes del hueso roto. Des- pués de varias maniobras lo logramos. No estábamos seguros de que dicha reducción se iba a mantener en el postoperatorio, por lo que preferimos colocar, desde el hom- bro y, a través de la cabeza del húmero, dos largas agujas de Kirschner, que fijaran las dos partes del hueso. Colocamos un dren para evacuar los muchos restos de tejidos necróticos que con seguridad iban a elimi- narse en los días sucesivos. No nos pareció necesario un control radiológico inmedia- to y la enferma fue llevada a su cama. Los días siguientes fueron normales en la evolución de una fractura como la pre- sente. La paciente se mantuvo bien y so- lamente existió un drenaje por pocos días. El brazo y antebrazo no sufrieron defor- maciones ni edemas. La niña caminaba a las cuarenta y ocho horas por todo el hos- Habíamos salido de Nuevo Rocafuerte dos días antes, las hermanas Laura, Imel- da, el motorista Luis Digua y yo. Hicimos noche en Boca de Cuyabeno y desde la mañana habíamos parado en cada casa avisando nuestra visita. Como de costum- bre nos deteníamos en casa de Jorge Licuy, en lo alto de una loma, en la margen dere- cha del Aguarico, de un material rojo com- “El día 15 de marzo de 1991 llegábamos hacia las cuatro de la tarde a Pucapeña, en el río Aguarico, a unos 450 km de Nuevo Rocafuerte. Éste es un viaje habitual en- tre nosotros. Visitamos las comunidades de Aguarico cada tres o cuatro meses, con el deseo de acercarnos a sus problemas y acompañarles, tanto en su salud como en sus inquietudes sociales y religiosas. Un drama obstétrico en Pucapeña, río Aguarico (marzo 1991)
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