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Curar en la selva herida 105 indígenas desde la comunidad del Eden, junto a Santiago Santi. En 1993 se creaba la asociación “Sandi Yura” de Promotores de Salud, reconocida legalmente por el Minis- terio de Salud Pública. Ese mismo año se diplomaba en Medicina Tropical e Higiene en la Universidad de Barcelona. En el año 1996 realizaba un máster en enfermedades infeccionas en la Escuela de Higiene y Me- dicina Tropical de Londres y el año 2001 terminaba su doctorado en epidemiología en esa misma escuela de Londres. Yo vivía, ya en esa época, en España y mantenía contactos con Miguel. Él seguía con sus sueños de continuar su labor en la Amazonía ecuatoriana, ahora en una tarea más especializada, en el campo de la inves- tigación epidemiológica del enfermar de sus gentes. Un día me revelaba su intención de formar un Instituto de Investigación que sirviera de marco a los trabajos que deseaba emprender con el equipo de pro- motores que habían trabajado con él desde hacía varios años. Este Instituto recogería los resultados de las investigaciones reali- zadas. Me preguntaba si le permitiría po- ner mi nombre a dicho Instituto. Lo pensé unos minutos y le dije que sí. Era, desde luego, un signo exquisito de aprecio y era hermoso comprobar que otras personas, desde su propia personalidad, estaban dis- puestas a seguir un camino parecido al que yo había recorrido. Mi pequeña vanidad ya no me afectaba; estaba lejos y metido en otras cosas, también hermosas y muy leja- nas a la vida que había llevado en Aguari- H e contado en otro momento que, en octubre del año 1994, decidí re- tirarme de este maravilloso rincón amazónico y dedicar el resto de mi vida a otras actividades ajenas a la medicina. No era por cansancio, ni por pérdida de estí- mulos; pensaba que la vida de una persona no debe quedar nunca encorsetada en un solo horizonte y que dentro de uno mismo existen impulsos que le orientan a nuevas experiencias que enriquecen la existencia humana. Fue una sorpresa para quienes me rodeaban cuando comuniqué mi decisión, pero ésta era clara y firme. Quedaba el Hos- pital Franklin Tello y un grupo de personas con quienes había compartido experiencias vivas, alegrías y sufrimientos. Todo esto debía continuar y deseaba de corazón que surgiera entre ellas quien experimentara el atractivo de esa “ naturaleza viva, que lejos de estar agotada y apurada, nos reserva a todos, grandes y chicos, extensiones incon- mensurables de tierras ignotas… con muchas incógnitas por despejar ”, como diría Santiago Ramón y Cajal. No olvido que a Miguel San Sebastián le ocurría algo de esto cuando hizo su pri- mer contacto conmigo en el verano del año 1989: quería vivir una experiencia profesional parecida a la que yo estaba vi- viendo. Al finalizar sus estudios médicos se incorporaba a nuestro hospital para poner en práctica sus inquietudes y sus sueños. A los pocos meses se insertaba en las co- munidades kichwas del Napo y reiniciaba una labor de formación en salud de jóvenes Un Instituto para investigar

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