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Mis primeras experiencias Hacia las 11 de la mañana de un día del mes de agosto del 70 estaba en mi consulta del hospital cuando entró una señora tiritando de frío. Venía desde lejos, de Boca de Cuyabeno, en el Aguarico. El termómetro marcaba 40 grados. Su bazo estaba notablemente aumentado de tamaño. La gota gruesa mostraba abundantes formas de trofozoitos, en diversas etapas de desarro llo y los glóbulos rojos parasitados estaban aumentados de tamaño. Aunque para la paciente su enfermedad no era ninguna buena noticia, yo veía con la fruición suficiente mi primer caso de paludismo producido por Plasmodittin vivax. Vi en esos meses otros dos casos más, procedentes de Aguarico y un caso, totalmente fortuito, de un paciente joven, que vivía en el Napo, en alguno de los caserios entre Coca y Nuevo Rocafuerte. Nadie consideraba el paludismo como una patología frecuente e importante en la zona, aunque sí se conocía la existencia de antiguos brotes de esta enfermedad en la región. Los equipos del SNEM (Servicio Nacional de Erradicación de la Malaria) visitaban periódicamente las diversas comunidades y mantenían un programa que, con ser bien estructurado, adolecía de fallos, que en los años siguientes aparecieron con absoluta nitidez. Malaria mantenía en las comunidades personas pertene cientes a las mismas con un mínimo equipo: portas y lancetas para tomas de sangre y una cantidad limitada de cloroquina. Cuando un miembro de la comunidad se sentía febril y acudía a este delegado local del SNEM se le tomaba una gota gruesa y se le daban cuatro pastillas de cloroquina. Las gotas recogidas se guardaban en una lata cerrada hasta que el equipo del SNEM 53

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