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Un contacto progresivo con la enfermedad Antes de mi llegada al Oriente Ecuatoriano ya había oído hablar de importantes lesiones cutáneas, específicas de la región amazónica. Los quichuas las llamaban “millai caracha”, “úlceras bravas”, que afectaban a diferentes territorios cutáneos, de naturaleza muy crónica y que, en ocasiones, producen alteracio nes tan repugnantes, que alejan al paciente de la vida comunita ria. De entrada me hacían pensar en la lepra, con todos sus componentes fatídicos, aunque no se trataba de esta enfermedad. A lo largo de los primeros años, y de forma paulatina y progresiva, mi contacto con la enfermedad se hizo más cercano y también, poco a poco, fui adquiriendo los datos necesarios para discernir aquellos elementos que se mantenían constantes en las diversas imágenes clínicas que adquiría la enfermedad, en los diferentes pacientes. Hasta el año 78 había visto solamente 8 casos de leishma niasis en régimen hospitalario; en el 82, ya conocía 22 casos de leishmaniasis cutánea y 10 mucocutáneas; en el 85, eran 50 los casos hospitalizados por lesiones cutáneas y 23 los casos de lesiones mucocutáneas; en el año 90, había examinado y tratado 81 leishmaniasis cutáneas y 27 leishmaniasis mucocutáneas y, en la actualidad, los casos de ambas formas de leisbmaniasis han ido aumentando en la misma proporción. Los datos comparativos epidemiológicos se han mantenido constantes y ahora puedo manejar un criterio suficientemente contrastado sobre esta patología tropical tan importante. 43

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