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Prinzeros contactos con la enfermedad El joven de 13 años que llegó al Hospital el día 12 de abril de 1973 ofrecía, realmente, un lamentable aspecto: sudoroso y disnéico, su temperatura se acercaba a los 39°. La exploración mostraba un gran derrame pleural. Pensarnos en una tuberculosis pulmonar y prepararnos las placas para una coloración de Ziehi. Se nos ocurrió mirar un esputo en fresco: y allí estaban, numero sos y bien dibujados, los huevos operculados de Paragonimus. Recordaba mis meses de estudio en Antwerpen, Bélgica, a finales del 69, en que se nos mostraba en el laboratorio diversos huevos de parásitos, entre ellos los de este trernátodo, que presenta una afinidad especial por el tejido pulmonar y que, según nos contaban, realizaba un ciclo biológico especialmente complejo. El joven procedía del caserío de Huiririma, a unos 50 km de Nuevo Rocafuerte, pero había nacido en el Puyo, en donde había vivido hasta hacía aproximadamente cuatro años. Desde hacía más de dos años estaba enfermo; tosía y sus esputos eran oscuros, a veces con pintas de sangre. Cada vez se agravaba más. En sus visitas anteriores se pensó en una tuberculosis, pero no se había podido confirmar el diagnóstico. Se le envió a Quito, en octubre del 72, a LEA, centro especializado en tuberculosis, pero tampoco se aclararon y regresó a casa. Yo me encontraba en aquel entonces accidentado en Quito, con una fractura de cadera, y seguí el caso desde lejos. A primeros de abril se agravó y, una acción tan elemental como el examen en fresco del esputo, nos acercó a la verdadera causa de la enfermedad de Carlos Salazar Dagua. Se le hospitalizó, se completaron algunos exámenes de 17

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