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CRISTIANTSMO SIN PECADO ORIGINAL 333 cando una explicación a fondo, recaló en las playas del maniqueís mo. Oyó las altas especulaciones de los grandes maestros. Pero las abandonó porque en ellas no encontraba lo que un espíritu profun do como el suyo buscaba en última instancia: la salvación. Abando nó a los doctores sublimes del maniqueísmo, porque no ofrecían la salvación. Sólo la encontró en el Salvador del que le habían habla do en su infancia. También podríamos recurrir al ejemplo de san Pablo. En Rm 7 describe lo que en lenguaje moderno llama la dimensión trágica, el desgarro existencial del hombre. Pablo, en tan apurado trance, no se pregunta por el origen del mal que padece (o incluso por el que hace), se pregunta por la salvación: por la salvación que Dios le dona en Cristo, el Mesías, Rm 7, 25. No necesita preguntar el origen de la escla vitud que le abmma. Tiene la secreta convicción sobre cuál es su ver dadero origen: su propio corazón/libertad. Y busca la salvación. En su larga polémica con los pelagianos san Agustín llegó a decir —con indudable finura teologica— que si, se afirma la absolu ta necesidad el Salvador (la correlativa impotencia soteriológica del hombre) para todo hombre y en cualquier edad’, sé ha acabado toda discusión entre nosotros209 Es decir, que lo decisivo en el problema del mal que padece mos y hacemos, es la pregunta por la salvación. Referida al Salva dor que necesitamos en absoluto y a nuestra incapacidad de auto- salvación. Resultará, por tanto, que el problema de la ‘teodicea’, en cuanto parece pedirle a Dios y ofrecer a los hombres una explica ción doctrinal, teórica, sistemática sobre el origen de la gran miseria humana la que creamos y padecemos, sera por necesidad una expli cación subsidiaria, ancilar, instrumental al servicio de una verdad más alta: la necesidad de salvación. Y por lo que se refiera a la teo ría del PO, ya hemos señalado su ineficacia y su positiva nocividad dentro del contexto o analogía de nuestra fe católica. Cualquier ‘teo dicea’ (especulativa, teórica) es imposible. La que se ofrece median 209 De natura et grat. 42, 60; cf. 67, 81. Se defiende enérgicamente el PO en la medida en que su negación implicaría un atentado contra la necesidad de la Gra cia, como era el caso de los pelagianos. Pero «mientras quede clara la Redención no hay peligro, en negar el PO, fórmula agustiniana que hemos comentado en varias ocasiones. Cf. Epist. 190, 1, 3; PL 33, 857.

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