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306 ALEJANDRO DE VILLALMONTE el optimismo vivido por los humanistas y por el barroco se reinci de en análoga actitud en los siglos xwi-xvui. Este dolorismo y hasta sadismo/masoquismo, según se expresan algunos modernos, se manifiesta en la forma de reflexionar y predicar sobre la pasión y muerte del Señor. Sus sufrimientos eran presentados como ‘infinitos’ no sólo, como es obvio, por su calidad moral/meritoria, sino por su intensidad y multitud empmca y contable La muerte en Cruz apare cía, en forma absorbente, como expiación/satisfacción por los peca dos, nominalmente por el que era tenido como más pernicioso de todos: el pecado original. Siguiendo el pensamiento de san Ansel mo se exigía una satisfacción dolorosa de infinita intensidad. A nivel de la religiosidad popular y pietista, se traducía esta mentalidad en largas descripciones en las que se daba cuenta en números exactos de los azotes, bofetadas, empellones y otros malos tratos recibidos por Jesús en las horas de su pasión 187• Obviamente, los terribles sufrimientos del Señor eran presentadós como modelo para las almas generosas. En la hagiografía y en la literatura devota se cuen tan ejemplos ‘admirables’ de santos y santas que hacían penitencias corporales «mas para espantar que para imitar» (santa Teresa de Jesús). Sin duda con la sana intención, de reproducir al yivo en su propio cuerpo los sufrimientos de Jesús. Pero muchos teólogos modernos, entendidos en psicología, no dejan de descubrir en estas prácticas elevadas dosis de sadismo y de masoquismo subconscien te, sin duda, pero real y operativo. A parte de estos factores psicológicos, estos sentimientos y prácticas venían alimentados por determinadas convicciones religio sas: la idea de un Dios justiciero, infinitamente ofendido por el PO y sus insuperables secuelas en la historia y comportamiento de los hombres La vieja ley del talion había sido inculturada en la teolo gía, «teologizada» desde Tertuliano hasta culminar en san Anselmo: o satisfacción o castigo = aut satisfactio aut poena. Satisfizo y expió 187 DELuMau, o. c., 349 s., refiere revelaciones celestes de varias personas san tas que decían saber: que Jesús había derramado 62.000 lágrimas por los hombres y 97.307 gotas de sangre en el Huerto de los Olivos. El número precioso de los azo tes recibidos en cada parte de su cuerpo: el número de bofetadas, salivazos y otros desprecios. Todavía hoy día, unas coplas populares que se cantan por Semana Santa dicen: «Por los cinco mil azotes/ que a la columna te dieron/danos Señor, buena muerte! por tu santísima muerte».

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