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18 ALEJANDRO I)E VILLALMONTE se propone corno punto de partida, corno una de las primeras y basilares esta afirmación: todo hombre, al llegar a la existencia, se encuentra en situación teologal de pecado ‘original’. Y la cosa no queda ahí, todo a lo largo y ancho de esa «visión cristiana del hom bre, topamos con el inevitable hombre caído (= horno lapsus), ver dadero árbol caído, del cual los teólogos cristianos nunca terminan de hacer leña. Y, a partir de ahí, se abre paso a la mencionada cons telación de afimaciones antecedentes, concomitantes y consiguien tes que acompañan a la figura del PO como al viajero su sombra. Compararíamos a la teoría del PO con un cono invertido que, aran cando de un punto mínimo, se despliega en un abanico de afirma ciones que llegan a sombrear todo el sistema de creencias y viven cias de la Cristiandad occidental. O bien es semejante al grano de mostaza que ha crecido hasta hacerse como un árbol, en cuyo rama je anidan toda clase de pájaros voladores. Vale decir, de incontables cuestiones crecidas desde la virtualidad de un poderoso germen pri mero: la creencia en el PO. Además de la mera, dura y neta afirmación del hecho del PO, sorprende la seguridad y solemnidad con que se proponía y mante nía el «dogma» de que todo hombre, en el primer instante de su ser, antes e independientemente de cualquier posible uso de su libertad personal, es —ya— pecador ante Dios, situado fuera de su graciosa amistad, sujeto de su ira. Esta proclamación ha resultado siempre hiriente para la sensibilidad de cualquier hombre moral y religiosa mente sano: respetuoso con la bondad de Dios, con la dignidad del hombre creado a imagen de Dios, consecuente con su creencia en la sobreabundancia de la acción salvadora de Cristo. En nuestros días, la desazón, malestar y positiva repulsa de tan descomunal propuesta no ha hecho más que crecer y manifestarse. Muchos cristianos tien den hoy a pensar que se hallan ante una creencia «increíble». La esca sa credibilidad y hasta rechazo de que disfnita la vieja creencia en el PO es el dato experiencial, la fuerza psicológica más honda y opera tiva que nos ha movido a plantearnos, con viveza, estas preguntas: — ¿Es seguro que todo hombre entra en la existencia en situa ción teologal de pecado, de pecado «original»? — ¿O, más bien, habría que decir que comienza su existencia en estado de «Gracia y originaria amistad» con I)ios? — ¿O, tal vez, podría buscarse otra tercera o cuarta propuesta?

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