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16 ALEJANI)RO DE VILLALMONTE adulto —el verdadero oyente de la Palabra—, el saber algo concre to sobre un momento tan OSCUfO de la vida humana. Pero tenemos el hecho de que, la preocupación por la situación teologal del hom bre recién llegado a la existencia, no ha dejado de inquietar, con pertinacia y desde diversas perspectivas, durante siglos, a los cristia nos, teólogos y no teólogos. Preocupación que, en casos, ha podi do adquirir rasgos de morbosidad. Desde una perspectiva que diríamos cuantitativa, la pregunta no podría ser calificada de mera curiosidad. Se creía tener base objetiva para una razonable preocupación al reflexionar sobre estos datos de la experiencia incentivada por la fe: — Parece estadísticamente seguro que, a lo largo de su multi milenaria historia, la inmensa mayoría de los seres humanos han muerto en «edad infantil . I)udo mucho que la pregunta sea vital para nuestra fe o para nuestra teología. Pero no tacharía de imperti nente la pregunta que tantos creyentes se han hecho una y otra vez, ¿cual será el destino final de esta inmensa y silenciosa mayoría de la humanidad, prematura e inmaduramente fenecida? — La pregunta adquiere agudo mordiente para el cristiano que trata cíe coordinar estos ciatos que su fe le ofrece: que Dios/vida eter 8 Utilizamos Corno equivalentes, en el caso, expresiones como éstas: entrar el hombre en la existencia; ser concebido; entrar en la vida; nacimiento; encontrarse en edad infantil. Porque la situación teologal del sujeto a quien se aplican es idénti ca en todos esos momentos. La que llamamos «edad infantil» afecta a todo ser huma no desde el momento de su animación hasta que haya logrado la suficiente madu rez intelectual y volitiva como para decíclirse, libre y personalmente, por I)ios en la fe y amor; o bien contra Dios por desobediencia que sea mortal’ para sus relacio nes con Él. En esta denominación, parecen ob’ias estas dos verdades: a) que existe multitud de individuos fisiológicamente adultos y maduros, pero infantiles en su comportamiento religioso-moral; 6) parece estaclísticamente seguro que, al menos hasta fecha reciente, la inmensa mayoría de los seres humanos que han iniciado la vida, la han terminado sin haber llegado a conseguir la suficiente madurez religioso— fm)ral. en edad infantil. Sobre la situación teologal de esta humanidad infantil, inconmensurablemente numerosa, tal vez lo más sensato y honrado hubiera sido el silencio. dejar el asunto en manos de Dios. Pero la teología cristiana no ha dejado de curiosear sobre lo que le pasa al ser humano en el primer instante de su ser natural’. Los teólogos de siglos pasados dlaban por sabido que la curiosidad (= cii rio— sitas) provocó el pecado de Eva y Adán. Y es una secuela malsana en sus clescen clientes: madre del pecado e hija del pecado, como se decía de la libido.

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