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384 mo y purificándose de los ídolos, se abre a los horizontes de la vida divina, 158,3. – La vida de Francisco y la nuestra : Francisco, fundador de nuestra Fraternidad, ya desde el comienzo de su conversión, tomó el Evange- lio como fundamento de su, 1,3; san Francisco, discípulo verdadero de Cristo e insigne modelo de, 2,1; después de haber escuchado la voz del Crucifijo de San Damián, ini- ció la vida evangélica siguiendo las huellas de Cristo, 3,1; la Regla de san Francisco, que brota del Evan- gelio, impulsa a la, 7,1; Francisco, preocupado por la autenticidad de la vida de su Fraternidad, 18,1; Francisco, imitador de Cristo, no sólo cumplió en su vida el conse- jo del Maestro, 19,2; conserve- mos y fomentemos aquel espíritu de contemplación que resplandece en la vida de san Francisco, 54,1; Francisco, por divina inspiración, suscitó una forma de vida evan- gélica que denominó fraternidad, eligiendo como modelo la vida de Cristo y de sus discípulos, 88,6; san Francisco renovó en su tiempo el espíritu misionero, por inspira- ción divina, con el ejemplo de su vida y la fuerza de su Regla, 175,3. Vida franciscano-capuchina, Nuestra vida (vida apostólica, vi- da evangélica), Esta expresión «vida franciscano-capuchina» prácticamen- te es lo mismo que «Fraternidad, Her- manos, Vida fraterna». Se indican sólo aquellos lugares en donde se trata de la «Vida apostólica» y de la «Vida evan- gélica». También lo referente a nuestra vida en relación con las vocaciones y la formación, dado su peculiar carácter. – Nuestra vida evangélica y apostóli- ca : teniendo nuestra vida cada vez más conformada al Evangelio, 1,5; promovamos la dimensión apos- tólica de, 5,5; vivamos con gusto nuestra vida fraterna entre los po- bres, 14,3; nuestra vida apostólica del espíritu de oración, 15,6; Cris- to mismo es nuestra vida, nuestra oración y nuestra acción, 45,4; al elegir el lugar para una nueva casa, ténganse en cuenta nuestra vida de pobreza y el contexto en el que vi- ven los pobres de la región, 73,2; el eficaz testimonio de nuestra vi- da debe prevalecer sobre la eficien- cia y la productividad, 75,4; acep- temos los ministerios y servicios en cuanto estén de acuerdo con nues- tra vida de fraternidad, 81,2; viva- mos en medio del mundo como le- vadura evangélica, de modo que los hombres, al ver nuestra vida fra- terna informada por el espíritu de las bienaventuranzas, 106,3; traba- jemos en los santuarios siguiendo las indicaciones de la Iglesia y dan- do testimonio de los valores fun- damentales de, 154,4; cualquie- ra sea nuestra actividad unifique-
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