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205 *** *** *** 188 1. San Francisco, próximo a la muerte, impar- tió la bendición de la santísima Trinidad, juntamen- te con la suya, a los verdaderos observantes de la Regla. Por tanto, desechada toda negligencia, aten- damos todos cuidadosamente, con ferviente amor, a conseguir la perfección evangélica que se nos en- seña en la misma Regla y en nuestra Orden. Los ojos fijos en nuestro Redentor CIC 598,2; 662; 1R prol. 1; 1,1-5; 2R 1,1; 12,4; FVCl 1; 1C 108; 2C 216; LM 14,5. 2. Recordemos, carísimos hermanos, aquel tema acerca del cual el seráfico Padre predicó al Capítulo de los hermanos: «grandes cosas, cierta- mente, hemos prometido a Dios, pero mayores son las que Dios nos ha prometido a nosotros». Procu- remos, pues, cumplir estas Constituciones y cuanto hemos prometido y aspiremos con fervoroso anhe- lo a lo que se nos ha prometido, con la ayuda de María, Madre de Dios y Madre nuestra. 2Pe 1,4; 2C 191. 3. Cumpliendo estas cosas, pongamos los ojos en nuestro Redentor para que, conocida su volun- tad, procuremos complacerle con amor puro. La observancia de las Constituciones nos ayudará no sólo al cumplimiento de la Regla que hemos pro- metido, sino también a cumplir la ley de Dios y los consejos evangélicos. En las dificultades afronta- das por amor a Jesucristo abundará nuestra con- solación y todo lo podremos en Aquél que nos conforta, porque en todo nos dará inteligencia el que es Sabiduría de Dios y distribuye a todos con largueza. 1Cor 1,24; 2Cor 1,5; Flp 4,15; Jue 1,5; LM 10,1.

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