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201 3. Encomendamos esta gran tarea a la inter- cesión de la bienaventurada Virgen María, Madre del Buen Pastor, la cual engendró a Cristo, luz y salvación de todas las gentes y presidió orando, la mañana de Pentecostés, los comienzos de la evan- gelización, bajo la acción del Espíritu Santo. Lc 2,30-32. Artículo II Nuestra vida de fe 182 1. Como verdaderos discípulos de Cristo e hi- jos de san Francisco, con la ayuda de la divina gracia conservemos firmemente hasta el final la fe que he- mos recibido de Dios por medio de la Iglesia. Pro- fundicemos en ella con recto criterio y sumo empe- ño y actuemos de modo que la fe inspire cada vez más nuestra vida y dirija todas nuestras acciones. El don de la fe 2Tim 4,7; LG 10ss.; DV 5; AG 14; OT 14; GS 32; UR 2; 2R 2,2; 12,4; 19,2; 23,7; Test 4; Adm 16,1; AlD 6; LM 12,7. 2. Pidamos a Dios con asidua oración el au- mento de este don inestimable y vivamos en íntima comunión con todo el pueblo de Dios. 1R 23,7; OrSD 1. 3. Puesto que la fe se fortalece dándola, guia- dos por el Espíritu Santo, no nos cansemos de dar testimonio de Cristo en todas partes y a quienes nos lo pidan demos razón de nuestra esperanza de la vida eterna que poseemos. 1Pe 3,15. 183 1. San Francisco anheló con el mayor cuida- do adherirse fielmente al magisterio de la Iglesia, custodio de la palabra de Dios, transmitida en la Escritura y en la Tradición, y de la vida evangélica. Fidelidad a la Iglesia y a su Magisterio LG 25; PC 6; DV 10; CD 35,1; CIC 212,1; 273; 279; 590,2; 678,1; 750; 752- 753; 823,1; 2C 24. 2. Para conservar íntegra esta herencia espiritual, profesemos especial devoción a la santa madre Iglesia. LM 14,5.

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