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190 Mt 19,11-12; 1Cor 15,28; 2Cor 11,2; Ef 5,22ss.; LG 44; PC 12; LM 10,1; IV CPO 52; Vita cons. 26; Mt 22,30. 6. El carisma del celibato, que no todos pue- den comprender, anuncia proféticamente la gloria del Reino celestial, que ya desde ahora actúa en medio de nosotros y transforma al hombre total- mente. Debido a este don, fielmente conservado y cultivado asiduamente, nuestra fraternidad ofrece un anuncio peculiar de la vida futura, en la cual los resucitados son hermanos entre sí en presencia de Dios, quien será para ellos todo en todos. Intimidad divina 1Jn 4,19; Ef 5,2. 170 1. Puesto que la castidad brota del amor a Cristo, unamos indisolublemente nuestro corazón a aquel que nos ha amado y nos ha elegido primero hasta el don supremo de sí mismo a fin de pertene- cerle totalmente. Vita cons. 18d; 28; 22; 34; 94a; LG 46; 56; PC 25; Cant 4,7. 2. Cultivemos una intensa relación con la Bienaventurada Virgen, santa María, Tota Pulchra desde su concepción inmaculada, ejemplo sublime de perfecta consagración a Dios y de amor por la belleza divina, la única que puede saciar totalmente el corazón del hombre. Cuidado de la castidad PC 12; PO 16; OT 10; CIC 277,2; 666; Gal 5,24; Red. donum 8; 11. 171 1. Mientras caminamos hacia la plenitud del Reino de Dios, la vida de castidad supone siempre cierta renuncia, que hay que reconocer y aceptar con corazón alegre, porque los que son de Cristo Jesús han crucificado su carne con sus pasiones y sus deseos para participar desde ahora de la pose- sión de la gloria del Señor. CIC 276,1ss:, 663,1ss.; 4; 664. 2. La castidad consagrada a Dios, don conce- dido a los hombres, se alimenta, consolida y desa- rrolla con la participación en la vida sacramental, especialmente en el banquete eucarístico y en el

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