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CAPÍTULO TERCERO I ASIETA, el vetusto caserío empinado sobre la loma para contemplar el valle á través de los desnudos árboles _que le rodean, recibía sobre la fachada principal los ra– ~~'i7 yos del sol pálido. El cielo, de color le"' choso, se iba obscureciendo á medida que el tibio viento sur, pintor maravilloso de transpa– rencias y lejanías, era substituido por el tenebroso noroeste. La campiña parecía reposarse de los tern– porales obsequiando al efímero buen tiempo con las galasde que no le había desposeído el invierno. Estaba como las gentes que subían á Sasieta, vesti– da de fiesta. No solamente el.escudo resquebrajado y borro– so, sino varios detalles arquitectónicos denunciaban la antigua importancia del caserío, mansión de hi– dalgoslinajudos un tiempo, condecorados posterior– mente con título de Castilla, y ahora domicilio de colonos que de él tomaron, cual sus señores, el apellidode Sasieta. Entre esos detalles se distin– guía el soportal, con honores de pórtico casi, ancho de suelo y alto de techo, sostenido por seis colum-

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