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A. CAMPIÓN 63 nedasque echó sobre la mesa del notario, cuando la firma de la escritura, se le representaba con ex– traordinaria viveza. Aquel montón volvería á su bol– sillo, y otro igual y otro tercero: miles de duros que ni él ni su padre ni su abuelo ni los demás viejos de donde él procedía soñaron nunca ver reunidos, y mucho menos poseerlos. Realmente, la negativa, no era tentar á Dios? La'fortuna, la suerte, puestas al alcance de lama– no se pican por la esquivez del favorecido y no re– piten. Desdefiada la buena, á menudo se presenta la mala y se mete de rondón, sin pedir permiso ni tolerar repulsas, cual huésped habitual, en las casas del valle de lágrimas. Por ahora todo iba bien; la familiaprosperaba, el acervo crecía lentamente, con atesoramiento de hormigas; sí, gracias al trabajo, gracias á la salud, por quien es el trabajo posible. La salud es el banco de donde los pobres sacan sus capitalesde explotación; pero la salud se pierde re– pentinamente, sin saber por qué: es el pájaro que canta en el árbol, se asusta y no vuelve más. Tam– bién prosperaba la familia de Ignacio el de Asur– mendi; un día el reumatismo le trabó las piernas, le hirió el corazón, le convirtió en enfermo crónico que no gana y gasta, ni puede asumir la dirección doméstica;la prosperidad cedió el puesto á la mise- .ria. ¡Si á él le fuese á suceder otro tanto! Sentimientos y pensamientos contradictorios, sin definir ni precisar completamente, que aun en su estado anterior de larva atosjgaron á Martín. Castro– Elvira, que era sagaz, leía el drama interno del al– deano, la oscilación del péndulo entre la codicia y la rutina. Apoyando el índice sobre los labios impo– nía silencio ájoshepa, ansiosa de insistir. Cuando observó que el combate era más vivo, Castro-Elvira tomó de nuevo la palabra. - Deseo que conserven ustedes un buen recuer-

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