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62 LA BELLAEASO blanco, fino y sonrosado de suyo; ¡cuántas marque– sas que yo me callo se lo arrancarían, si pudiesen! Dejemos esto, que no he venido á cortejará la hija, sino á convencer al padre que está hecho un pas– marote, sin decir oxte ni moxte, apretuñados los la– bios, fruncidas las cejas, torva la mirada, melodra– mático el gesto... Señor D. Martín, déme usted su último precio; ¿cuánto exige por la casería, hombre? Levantó los ojos Martín, no fieros, sino afligidos; Joshepa le clavaba los suyos que ardían; suspiró hondo, y sin arranque , perdido el espíritu de resis- tencia, balbuceó: . - Nada., señor; yo no quiero vender; los labrado– res necesitamos caserío... éste he compraro con mis sudores; por qué venderé? - No sea usted bobo, no sea majadero. Los la– bradores y todo el mundo lo que buscan es mejo– rar de posición. Se le mete á usted una ganga por la puerta cuando menos lo piensa, y no la coge?¿ Y usted presume de buen padre de familia, de aman– te de sus hijas y mujer, de persona formal, de hom– bre sesudo? Si rechaza mi oferta deberárJ encerrar – le en un tonticomio. Fíjese bien en lo que voy ü de– cirle; atienda y recapacite. Estoy dispuesto á pagar el triple-tre s veces más-de lo que costó la case– ría. Saque usted la escritura, conozca yo la cantidad, y negocio hecho y redondo por añadidura. Si con– tinúa usted perplejo, recorra toda esta comarca de aquí á Lasarte, y de Lasarte á Hernani, y de Her– nani á Oyarzun , y cuénteles á las personas de su clase, á otros labradores , lo que le sucede, y me jue– go ésta-gritaba el marqués, trazando en su cuello la señal de un tajo-q ue todas ellas sin excepción aseveran que aquí hay dos locos: yo por lo que ofrezco, y usted por lo que rehúsa. Martín, no obstante su repugnancia, estaba des– lumbrado. La imagen del montón de billetes y mo-

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