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A. CAMPIÓN SS entre islotes de barro líquido. Martín, de un brinco, se encaramó al reborde de la carreta; manteniéndo– se semisentado,gracias á sus puños y á la flexibili– dad de su cuerpo. Pachik a, tranquilamente, sin sos– pechas ele impudor ni hacer caso á la colonia jorna– lera, para quien el espectáculo era desusado, se echó el vuelo de las sayas sobre los brazos y se las levantó por encima de la_s rodillas. Del tajo partió una grita africana, un trabucazo de silbidos, obsce– nidades y blasfemias; la trinchera pareció un lupa– nar de presidiarios. Martín bajó la cabeza, procu– rando esquivar las miradas provocativas, por no enzarzarse en riña; Pachika, vuelta hacia las vacas, guiabasus movimientos con impertérrita tranquili– dad, buscando camino donde no se atascase la ca– rreta. Junto al boquete de salida había dos braceros que la contemplaban acercarse relamiéndose. La procaz e~presión del rostro acentuaba la fealdad de las facciones: nariz ancha y remangada, mandíbulas macizas y proeminentes, ojillos gatunos de mucha ceja y poca pestaña. -¡Riñones!-gritó uno de ellos~qué baúl trae la tía marrana!-y le quiso manosear el abultadísi– mo seno; pero la toquilla, pot' aquella parte, estaba erizada de agujas y alfileres, mañosamente dis– puestos. Pachika soltó una carcajada. -Ah! esas gastamos, pantorrazas! Pues no tas dir sin que te sobemos como te sobó la partera! Agarra tú por arriba, Ilfonso, que yo ma subiré des– de las patas! Pachika dió un salto y tendió la pértiga. -¡ Ya verás que ostiko ederra llevas! ¡ya verás cómo te meto el akullu en la tripa! Martín se adelantó, hoz en mano. Los braceros, que no buscaban pendencia, se aquietaron, limitán-

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