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,..,... 54 LA BELLA EASO ribazos se veían mantas, bufandas, blusas, cestas, botas de vino, cántaros de agua, formando diversos montones. Se oían voces masculinas, destempladas por broncas entonaciones. Un tajo de jornaleros in– migrantes se ocupaba en el movimiento de tierras. Aunque tiznados de barro arcilloso hasta la punta del pelo, aparecían bajo las costradas blancas los numerosos remiendos de la ropa; las camisas ama– rillas, despechugándose, descubrían las matas espe– sas de vello, peticiona.ríasde uñas que las rascasen; vello que oscurecía las mejillas, semana lmente ra– suradas, avecindándose á los ojos, ó se esparcía, cara abajo, en incultas barbazas; las frentes depri– midas sumíanse hasta las cejas en las amplias boi– nas, pardas ó color de chocolate, con tiras verdes á modo de radios por adorno; las fajas, laciamente enrolladas á la cintura, distendíanse al movimiento en bultos sospechosos, pasajeros relieves de nava-– jas y pistolas homicidas. Los braceros hablaban y . se interpelaban manteniendo diálogos ó trasmitien– do órdenes de faena; y era cual si ' se hubiese re– vent~do la cloaca de una ciudad populosa, porque cada exclamación, cada frase, ora la inspirase el cansancio, ora la broma, ora el esfuerzo, ora el más insignificante incidente de la conversación, siempre acarreaba la vertedura de aquellas bocas excremen– tadoras. La frase estercolaría volaba de labio en la– bio sin tregua ni reposo; su inmunda salpicadura tocaba á lo más santo y á lo más amable, desde Dios que nos otorgó el ser hasta la madre que nos dió la vida, con refinamientos y combinaciones de expresión que le arrebataban su concisa bestialidad primitiva y la diluían en amplificaciones aun más bestiales. Las lluvias de los días precedentes habían con– vertido el fondo de la trinchera en pantano; pozos de agua amarillenta desempeñaban el papel de mar
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