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A. CAMPIÓN 53 yugo, Pachika dirigía palabras cariñosas á las vacas uncidas, cuantas veces sacudían el restuz ó levanta– ban las patas, trasmitiendo oscilaciones á la carga. Más pasiva que la yunta, sin ninguna impaciencia, aguardaba á que el padre ordenase el retorno . El pie derecho, apoyado sobre los dedos hundidos en la tierra blanda, con rítmicos movimientos del talón rozaba el tobillo izquierdo. Veía la suave ondula– ción de las colinas verdes, y la titanesca gradería azul de los montes lejanos, y la umbrosa oquedad de los valles jaspeados por resplandores de aguas corrientes, el oscuro celaje marino y la clamorean– te espuma de la costa; pero sin mirarlos. A veces silbaba alguna canción aldeana . Cuando Martín acabó de distribuir el peso con igualdad, para _que se mantuviese la carga en equi– librio, levantó del suelo las hoces, las clavó de pun– ta en el helecho, se abrigó la espalda anudando las mangas de la blusa sobre el pecho, metió las manos en el bolsillo, y dijo: -A casa! Pachika se situó delante de la yunta y aguijoneó ligeramente á las vacas: -Aidá!-exclamó en tono imperativo. · Arrancó la carreta y comenzaron á bajar la cues– ta, que era de pendiente desigual y de continuo sue– lo escabroso donde alternaban pedruscos y barri– zales. En los atascos Martín arrimaba el hombro y con el freno cooperaba en las cuestas á los esfuer– zos de Pachika, diestra boyeriza que impedía se despeñase la carreta metiéndose entre los cuernos de las vacas para contener su avance, caminando de espaldas, asida al yugo é inclinado el cuerpo hacia atrás, no sin riesgo de ser arrollada ó de que le magullasen los pies las pezuñas de la yunta. Llegaron á una cortadura artificial del terreno: era una trinchera del tranvía eléctrico. Sobre los

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