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A. CAMPIÓN 51 mas alpargatas bajaron hacia el río, deteniéndose al borde del lodazal. -A bailar un rato!-dec ían á las lavanderas. Las jóvenes, perplejas, pero dispuestas á asentir, inte– rrumpieron la faena. Entonces Marchiku y dos ó tres mozos no se retrajeron de lanzarse al agua pa– ra agarrarlas del brazo, y entre sobaduras y pelliz– cos subirlas á la carretera. Ellas se dejaban condu– cir, oponiendo resistencia que justificase el mano– seo, y subían lentas la rampa, burlándose de los pantalones mojados y de las alpargatas sucias. Las mujeres de los coches, vestidas con lo mejorcito del baúl, dirigían bromas á los toscos capirotes, á los petachos de los refajos y á las piernas desnudas. El ómnibus delantero proseguía su ruta; el za– guero permaneció inmóvil en medio de la carrete – ra, cuyo blanquecino lodo recubría los.rayos y cu– bos de las ruedas y encostraba el barniz amarillo de la caja. El acordeón entonó una jota. Dos ó tres vidrios, que estaban por descorrer, cayeron hechos añicos á codazos. Las ventanillas pobláronse de ju– bilantes cabezas. Volaron nuevos cohetes, chirrian– do entre nubecillas de humo antes de estallar arr i– ba. Las cuatro lavanderas jóvenes bailaban sin sa– ber con quién, porque otros muchachos bajaban del ómnibus y se mezclaban con las parejas. Ellas se divertían en brincar con fuerza donde estaba más espeso el barro, ó más profundo el bache, para sal– picar la ropa dominguera de los baifarines: á veces la salpicadura tocaba á las caras, y en vez de enfa– darse, se reían más á gusto. Era un torbellino de saltos, manoteos y contorsiones; revoltijo de pier– nas ágiles, brazos extendidos , boinas azules, pies morenos, pantalones remangados, herrajes de bor– ceguíes, ondulación de sayas y capelinas. Las mu– chachas del ómnibus contemplaban envidiosas el desbordado baile; vencidas por la tentación comen-

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