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Vlll PRÓLOGó Es de creer, por tanto, que Campión no iba á desmerecer, como quien dice, en veinticuatro horas y que en La Bella Easo se sostendrá á la altura acos– tumbrada. Ciertísimo, pero ¡qué diantre! resulta que esos periódicos que encuentran admirable la labor literaria del autor son también, por desgracia, mo– destísimos diarios de provincias. No tengo más remedio que confesar mi impoten– cia, dejando á gramáticos y retóricos de profesión el cuidado áe resolver el punto, ya que carezco de esa envidiable omnisciencia que distingue á nues– tros políticos y á nuestros periodistas. Quien no se consuela es porque no quiere. He tenido que pasar por la vergüenza de inhibirme en lo que atañe á ·1a ·rorma literaria de La Bella Easo, pero en cambio, yo que he nacido y pasado gran parte de mi vida en San Sebastián y que me precio éleconocer al detalle sus hombres y sus cosas, sus cualidades y defectos, yo que durante años he re– corrido á pie y á caballo Guipúzcoa entera, ·media Navarra, y algo de Vizcaya y Alava, me creo con cie~toderecho á apreciar la exactitud ó deficiencias, la perfección 6 imperfección con que Campión ha descrito personas y cosas de Jaydpolis y de sus al– red~dores. · No es él pintor convencionalistay académico de 'los que trabajan en su despacho, sino de aquellos que colocan el caballete en plena naturaleza. Da sus largos paseos matutinos por esos andurriales, se ·pone al habla con gentes del pueblo, anota sus conversáciones, modismos y actitudes, contempla riúestros hermosos valles y montañas, lo mismo en días·de cielo azul espléndido y radiante de luz co– mo en días de nieblas y temporales, e·stá, eh 'fin, ín-
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