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46 LA BELLAEASO alpargatas. Después de dar varias vueltas sobre sí mismas se sumergieron . Las mujeres acogieron con risas las peripecias del naufragio. -Por qué has vuelto á casa?- interrogó Toma– sha, expresándose como de costumbre en bas– kuenze. -No has oído, ó qué?. pues la hermana se cas:i con Guergorio el de Elizechea. Y yo, por la culpa de ella, ahora vivir nesesita en el caserío. Los pa– dres así mandar . Jesús, tengo una errab ia! La nsonomía de Dorotea expresaba con viveza todos sus afectos. Esta animación era el único e,1- canto de un rostro cuyos rasgos, á excepción de los ojos, eran absolutamente vulgares. -Así sois hogaño las muchachas-refunfufió an– dre Eulari, una de las lavanderas fronterizas .– ¡Cualquiera pensaría que en .Easo os alimentan con bizcochos, que os pasean en carrete la! No traba– jáis allí? no os regañan allí? no os tienen sujetas los amos, sí son personas de conciencia? Hasta la últi– ma peseta de vuestra soldada la gastáis por imitar las modas de las señoritas. Sois unas envidiosas! Ufánate, ahuécate con Ea.so; mejor color tenías cuando te fuiste: de rosa al ir, de memb;-illoal vol– ver. Easo, Easo..... mil y mil veces dichosa EasQ, no ha evitado que se te cayesén los dientes de la boca. -N i á usted tampoco le han nacido los terceros en el caserío- replicó Dorotea amoscada.- ¡Demo– nio de mujer, qué mal genio gasta! Las lavanderas se riyeron estrepitosamen te. Las encías de Eulalia no conservaban ni un solo hueso. Era una viejecita apergaminada, pero vigorosa. Pa– recía hecha de raíces arbóreas . Trabazón de ner– vios, huesos y tendones recubiertos de cordobán, curtido por la intemperie, salía y entraba con rapi– dez de sabandija en el agua para aclarar ropa. Ves-

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