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44 LA BELLAEASO Julia. Son hechas por Villarejo, el de Bilbao. Lo menos quita por ellas noventa pesetas como noven– ta soles . Las lavanderas manifestaron primero asombro, después corajina. No era cargo de conciencia pagar veinte duros por un par de botas, cuando tanta gen– te apenas consigue meter un pedazo de pan entre las muelas? -S i vierais-prosiguió Dorotea-la rabia que le da á la señorita Julia el que á mí me vengan bien sus botas. Se muere de envidia á la seliorita Pilar Esnaola porque tiene unos pies del tamaño de unos piñones . Pero ella, ella los tiene como yo. Y sin cesar de reírse, enseñaba los suyos. -Como los tuyos! ja, jay!- riyeron las lavande– ras, estallando sus risotadas cual un haz de cohetes. Tomasha procuraba afianzar la gupela; pero el fondo era en aquellos parajes, río adentro por cau– sa de la baja marea, sumamente desigual, y no con– seguía ponerla á plomo. -Me caeré, ó no me caeré?-preguntó Dorotea sonriéndose.-Hace tres años que no entro en el río á tocar el agua..... Estará muy fría? - No, mujer, hasta que la nieve de los montes se derrita, es agua de verano . Y las lavanderas se reían enseñando las yemas de los dedos, arrugadas por la frialdad. Dorotea se aproximó á la orilla y se arremangó las sayas. Sus piernas, sin el curtimiento de la in– temperie se amorataban, erizándoseles los bulbos pilosos como en un acceso de escalofrío. Metió el pie en el agua y dió un grito. Volvió á meterlo, y alzándose sobre él se encajó de pronto dentro de la gupela. Apenas inclinó hacia afuera el cuerpo, al tender los brazos sobre el agua, osciló la gupela , y de no andar lista en restablecer el equilibrio, rue– dan Urumea abajo. El susto de las lavanderas, disi-

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