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Á. CAMPIÓN 43 chorrillos, tiñendo de lechosas nubosidades la co– rriente mansa de la baja marea. Sobre las playue– las de guijas y los fangosos taludes veíaseles salir de dos en dos á ~etorcer s,íbanas, cortinas y man– teles. Las interpelaciones y saludos de las lavanderas entre sí distantes, los diálogos de las vecinas, las carcajadas de la conversación, los cánticos de quie– nes por carecer de. interlocutoras no se avenían á permanecer silenciosas, dominaban el murmullo melancólicodel río. Junto á Tomasha habían ido á colocarse cuatro mujeres, dos de ellas jóvenes; más tarde se les in– corporó una quinta cuya presencia provocó sorpre– sa. "¿Desde cuándo por aquí?-= le preguntaron. – "Desde anoche,,-replicó y comenzó á preparai:-se para entrar en faena. Dorotea, la recién venida, que traía sobre la ca– beza una kubela de legía, pidió á Tomasha se la asentara dentro del río, mientras ella se mudaba de sayas y sustituía las botas por un par de alpargatas agujereadas que se calzó en chancletas. -A ver, á ver!-dijo una de las mujeres, fiján– dose en las botas y tendiendo las manos para co- gerlas. , Las botas aunque viejas, eran elegantísimas. La lavandera paseaba sus dedos enjabonados sobre los primores, comentándolos admirada. · - ¡Oy que piel tan suave! Parece de manteca, ó de cebolla ó cosa así. Y el color? No he visto otro más delicado. A qué se parece.....? Ah, sí! á algunas hojas de árbol cerca del invierno; pero éste es más oscuro. Y el pespunte? Jesús, qué fino! Costarán mucho..... Dorotea se reía, gozándose·de la admiración. Las cuatro mujeres interrumpíeron la faena. - ¡Oh! no las compré yo. Regalo de l:::t señorita
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