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A. CAMPIÓN 41 !11 río, hundit'.:nclose hasta los tobillos. Situóse junto á un montón de piedras puesto al descubierto por Ja baja marea, y sobre él descargó el hato de ropa. Soltó el delantal, acortó las sayas, se l3S sujetó á la cintura con un cordeli!lo, y dejó que el delan– tal á modo de telón cayese por delante cuan lar- ºº era. º El lóbrego río, de oriente á poniente, dibujaba un reguero, una estela que se ensanchaba y avivaba sin perder su lividez primitiva; reflejos tristes, mor– tecinos, de cenicienta h,12 que diluían sobre las aguas la palidez del invierno. Del agua sordamente mur– muradora ascendía una humedad helada y pene– trante. Tomasha, de entre la ropa, sacó el banquillo de lavandera, y observando que uno de los dos pies estaba flojo lo apretó á golpes contra el muro de la carretera. Después se metió río adentro, hasta ha– llar piso tlrme donde apoyarlo y nivel conveniente de agua. Escalofrióse un instante y lanzó un sono– ro estornudo . ·oesde el paredón le contestó la carcajada no menos sonora de Marchiku, el de Errondoberri, cuya cara alegre se asomó á la albardilla del muro. -Cuánto madrugas, neská! -Tarde te acuestas, mutill! ...:....No trabajes tanto; te basta la cara para casarte sin dote. - Si yo no quiero casarme! -Arrayo, conmigo no! -Ni contigo ni con el otro. -Con quién, pues? -Con éste. Y señalaba el río. - Así parece! Siempre estás con él, desde la ma– ñana hasta la noche. - Pero no de noche.....

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