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.j.Ü LA BELLA EASO La pálida otofiada iba encapotándose en !ns ta– rrascas de invierno; suced íanse las faenas agrícolas, recolección del maíz, siembra, estercoleo de las he– redades, corta del helecho..... El amor de Martín á la tierra doblábase por el temor de perderla . ¡Días de incesante labor aquellos en que las mu– jeres hacían prodigios! Subían y bajaban presuro – sas, saltando del río al terruño y del terruño al río, reventándose en todos los quehaceres apremiantes. Martín y su imprescindible Pachika no variaban ele ocupación; el campo absorbía toda su actividad y se la prestaban sin regateo, con ardimiento de solda– do y fervor de devoto. - Mañana á medio día iremos al monte; te ne– cesito,- había dicho· Martín á Tomasha .- Habrás de bajar al río muy temprano . Y muy temprano era cuando Tomasha abrió la puerta del caserío, llevando sobre la cabeza un hato enorme de ropa . El cielo, sin estrellas ni luna, co– menzaba á teñirse de un leve fulgor, primer brocha– zo blanco sobre el fondo negro. La lluvia menucla y fría se escapaba de los nubarrones, cuya lobre– guez recalcaba el primer vaho eleclaridad matutina. El silencio absoluto fué interrumpido por el chapo– teo de los pies de Tornasha en el barrizal, y luego por el roce de las plantas sobre las piedras del ca– mino. A veces pisaba algún pedrusco esquinudo, oscilaba á derecha é izquierda un instante el cuer– po esbelto y proseguía sin detenerse, cojeando, tres ó cuatro pasos. Cerca de la carretera comenzaron á oírse conversaciones femeninas, con sonido cre– ciente y decreciente de voces que se aproximan y alejan. Al salir del camino carretil desfilaron velo– ces algunas caseras, hablando sin cesar; algunas traían..farolillos, y los baches encharcados refleja– ban la amarillenta luz de ellos. Atravesó Tomasha la carretera y bajó la fangosa rampa que conduce

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