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32 LA BELLAEASO Y fingiendo enfado, Ajarte se retiró del gabinete, permaneciendo Martín trémulo , atosigado por la do– ble pena de haber ofendido al conde y héchose im– posible la compra del caserío. Recogió la boina y salió como pudo á la antesala, tropezando en butacas y veladores, habiéndole cos– tado un triunfo dar con la manillera de la puerta, oculta por el cortinaje. En la antesala le aguardaba Ajarte, sonriente y burlón. Martín se detuvo, espe– ranzado y receloso. -Le inspiran á usted confianza su vecino de ca– serío Pello Arrupe, el de ju anikoenea, y mi admi– nistrador de Lasarte, Ramón Olaberría? Pues lo que ellos tasen.... Cállese usted, y váyase . Los ca– seros son ustedes unos posmas, unas lapas; sus visi- tas duran un trimestre; no saben marchars e..... . Y sin consentirle replicar palabra, le impelió á la escalera, cuyos alfombrados peldaños bajó medio aturdido Martín, pero contento, oyendo las carcaja– das de la doncella que acudió á cerrar la puerta. V Sin cambiar de postura, cada vez más vagarosos los ojillos azules, paladeaba Martín el dejo de la ín– tima alegría sentida la noche en que se acostó due– ño del caserío. El vendaba!, forcejeando contra puer– tas y ventanas , levant:mdo tejas, sumiéndose, caño abajo, en la chimenea, distribuyendo estrépitos por todos los cuartos, le sonaba á placentera música. ¡Ah, viejas paredes!.... vendabales más rabiosos, y con vosotras á una los Zu beldia, habíais re– sistido! Ni siquiera la hipoteca, garantía de la par– te de precio á que no alcanzaron los ahorros, le acedaba la boca. Quien paga lo mucho p:1garí3 lo poco. Zumba, vendaba!; palpa con tus dedos tré-

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