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A. CAMPIÓN 29 das al yugo, merecedoras de aguijón y herraduras?,, Ah! la suposición era inverosímil. Un señor tan bon– dadoso, de sentimientos tan delicados, gozarse cíni– camente en su situación privilegiada é insultar á las víctimas! ¡Y por pura diversión, además! No, no; había allí gato encerrado. El conde se divertía, sí, pero exponiendo argumentos viciosos á inteligen– cias obtusas y adormecidas. Martín permaneció pensativo, ensimismado, dán– doles más vueltas que á la boina á los conceptos del sócialismo agrario . Ajarte le miraba de hito en hito, sonriéndose, celebrando el entrecejo fruncido, la bo– ca apretuñada de l casero, que gastaba en discurrir la misma fuerza que hubiese puesto en derribar á hachazos un roble. -Martín, salgamos de este pantano: le he de dar á usted, ó no, dinero por encima del caserío y las tierras? Martín se rascaba la cabeza, metiendo los dedos amorcillados por entre el cabello rojizo; dos ó tres gotas de sudor humedecían la piel lisa de una ancha cicatriz que su frente mostraba. Por fin sus faccio– nes se serenaron y se sonrió bonachonamente . - Ojalá! pero ... En la adversativa palpitaban todas las restriccio– nes con que el posit ivismo aldeano corrige siempre al idealismo. Y no dijo más. - Hab le usted, hombre! deseo saber lo que piensa. - Para qué, señor conde? Usted de estas cosas lo sabe todo, y yo nada . Se reirá usted ..... - Yo reírme? Quite usted de ahí! Tanto le instó, que á Martín le pareció descorte– sía persistir en su negativa. -Yo pienso, sefior, que si la hacienda es nuestra porque la hemos trabajado, serán de mis peones las cosechas que ellos me ayudaron á recoger. El case– río, quién lo edificó? pienso que los albañiles ... Por

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