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264 LA BELLAEASO abatieron sobre ella; despavoridas y ciegas iban á dar contra los vidrios de los faroles y los cables eléctricos, y caían al suelo trastornadas, chorreando agua todas sus plumas. Era preciso caminar en medio del puente, subs– trayéndose á los golpes de mar. La lluvia, revuel– ta con el aire, azotaba la carne cual un látigo de innumerables trallas. Lajumera, encorvado, apenas podía mantenerse en equilibrio; se le caía la capu– cha del impermeable, la esclavina se le ponía por montera y le tapaba la cara. En el puesto del res– guardo quiso detenerse, al abrigo de la caseta. To– masha proseguía la ruta, sujetando la carga con las dos manos, dando quiebros á las ráfagas de aire, impávida como una gaviota. La siguió penosamente y se metieron por la carretera adelante. El tempo– ral amainaba otra vez; caía una lluvia menuda, sin viento. A lo lejos asomaron unas lucecitas que avan– zaban rápidamente y enviaban sus débiles resplan– dores al encharcado suelo. Un coro de voces feme– ninas, al unísono, entonaba un cántico dulce, sereno, tranquilo, lleno de sencillez y fervor. Fué cual si la puerta de una iglesia se hubiese abierto en medio del campo. Las voces, en sus diversos timbres de juventud, infancia y vejez, cantaban: Guazen, guazen, guziok Virgiña Amagana , Eskaintzen diozkagula Mayatzeko lorak. Mayatzeko lorakin Ama chit maitea Ar zaz u gure biotza Gure obra on umillak. Larrosa bat dirudi Doncella garbiak Jzango du maitea
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