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A. CAMf'IÓN 263 ditos por contener los sollozos, levantó el hato y se lo cargó sobre la cabeza. En aquel momento era un ser sin voluntad, un alma muerta, resignada á todas las desventuras. Perico cargó su lío sobre la espalda y ambos salieron á la calle. Las luces de los faroles públicos oscilaban á causa del viento; el adoquinado, húmedo, brillaba como un espejo. En las bocacalles los chiquillos voceaban La Guerra Social. Lajumera repasó en la memoria el artículo de fondo, escrito por él: un artículo materialista que se burlaba de la otra vida y proclamaba el fin terre– no del hombre, y cifraba la bienaventuranza pasaje– ra en la posesión de las riquezas, y encerraba la fórmula de la revolución en la siguiente frase, diri– gida á los ricos: "para vosotros el cielo; os lo rega– lamos; para nosotros la tierra, que el pobre os arre– batará: ¡aun salís ganando! Siempre usureros!,, Co– menzaban á llegar los carritos de verdura; grupos de trabajadores embozados en mantas se dirigían á las afueras; las burras de leche entraban en la ciu– dad al son de cencerros . Al llegar al puente los fugitivos les ensordeció el clamor del mar. El río, crecido, empujaba sus aguas amarillentas contra las olas desmelenadas que las cubrían de crepitante espuma. Parecía un cuerpo á cuerpo de encabritados proteos que deshacían y re– hacían sus formas para subyugar al adversario y aplastarle bajo su corpulencia enorme. Batidas las pilastras, retemblaban con zumbidos de cañón, y los arcos, demasiado chicos para dar paso á las hin– chadas ondas, las despedían de sí esparciéndolas por el aire en volantes cascadas. Desde el horizon– te espumoso brincó á tierra el vendaba!, recorrién– dola en velocísimo galope, rodeado de su jauría la– dradora. El huracán negro arrastraba bandas de aves marinas, con aleteo y vocerío de brujas en aquelarre; atraídas por el fulgor de la ciudad, se
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