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A. CAMPJÓN 259 "cuidar la casa ajena y descuidar la propia,,. Laju– mera esbozó una vaga promesa de enmienda. Pa– dre y madre pretendieron acompaña rle , para despe– dirse de Tomasha. Les disuadió, perfeccionando la mentira: declaró su ánimo de partir á Francia en el tren de las ocho y media; por tanto, á la mañana siguiente se despedirían ellos de la hija y recibirían las llaves de la habitación y taberna. Lajumera subió al piso, alarmado por la noticia de la criada sob re la enfermedad de su dueña. Fra– casarían á última hora los planes tan artificiosamen– te tramados? No hay acero más cortante que lo im– previsto! Verá Tomasha y observar los signos de una hondísima pena fué todo uno. Comenzó á di– rigirle preguntas. Ella, pálida, crispado el rostro, ca– lenturientos los ojos , no contestaba . Por fin desp le– gó los labios, y en voz desfigurada por el trémolo de todas sus angustias, dijo: -Me ha hablao Facundo. - Canalla!-exclamó frenético Lajumera;-voy á matarle! Un acceso de hipo le cortó la palabra. Toma– sha le sujetó varonilmente, impidiéndole salir del cuarto. Perico la miró . El rostro de ella, transfi– gurado por el sufrimiento, resplandecía con altísi– ma belleza. Por su virtud, sobre los instintos carna– les de Lajumera , aleteó un instante el amor puro. - Perdóname, Tomasa..... Adiós; bien veo que no me puedes seguir ..... Se había olvidado de Facundo , del anhelo de ven– ganza. Atento á la pérdida que iba á padecer, rom– pió en sollozos. Ella, sin ninguna terneza en el acen- · to, dijo: -Te sigo. Lajumera pensó que soñaba; se hizo repetir la frase. -Ah! me perdonas! no me escupes á la cara, no .°'; \ 1
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