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258 LA BELL,AEASO Al llegar al dormitorio se llevó las manos á la frente. Las arterias le latían con violencia inau– dita. Experimentaba vértigos, sus ojos veían chis– pazos de fuego sobre fondo negro: vértigos que pa– recían reproducir físicamente el torbellino de sus ideas, el embate de sus afectos. La sorpresa, la in– dignación, el despecho, el desaliento, la pena, se disputaban su alma; sentíase desamparada, expues– ta otra vez á los bofetones del,ludibrio, á los sali– vazos de la befa. No alcanzaba el discernimiento de las cosas que le convenía conseguir y de las que deseaba evitar. El camino de lo futuro era una sen– da asperísima, perdida en las tinieblas. Su pobre cabeza se descoyuntaba en el tremendo análisis que la mala ventura le exigía. VI Dos ó tres horas después de haber cerrado la noche volvió Lajuinera. El regreso á oscuras, de cara al furioso noroeste que le trababa el juego de las piernas metiéndole por entre ellas la falda del impermeable, había sido extremadamente penoso. Las veredas convertidas en pantano le calaron bo– tas y polainas. Cuando, ce·rca de Jayápolis, pisó el firme de la carretera experimentó el bienestar que le hubiese producido un coche. Regresaba contento. Martín había dado crédito á sus embustes; al entregarle la parte de dote y qui– nientas pesetas más, para ayuda de gastos, se per– mitió pedirle con buenos modos que renunciase á su propaganda socialista, "dejando que las cosas del mundo siguieran tal y como las ponía Dios,,. El buen hombre, afligido, adujo cuantas razones le dic– taron el egoísmo y el sentido común. Andre Joshe– pa se lamentó de "tah mal gobierno,,, del prurito de
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