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252 LA BELLAEASO sha. Ella dió un grito de miedo y reculó hasta tocar la pared. Tres ó cuatro puñetazos le golpearon hombros y mejillas. - Yo mando- vociferaba Perico;-lo que yo di– go se hace por encima de las estrellas de Dios ..... Te dije que no me daba la real gana de ofrecerle vino, y tú Je pones el morro en la chopera! Te agra– da que te corteje, que te acompañe por los cami– nos como antes? Dile que no vuelva: si mete otra vez las pezuñas en casa le sacaré las tripas..... Tomasha sollozaba convulsivamente, desvaneci– das sus últimas ilusiones. Vivía inclinada á la resig– nación por el remordimiento que, de súbito, co– menzó á colear en su conciencia, á causa de haber mantenido oculto su desliz. Los odiosos celos de Perico le hacían padecer mucho; soportólos sin queja, esperando á mejores tiempos, que una con– ducta irreprochable le alcanzaría..... A la hora en que la maternidad debía de protegerla y arrancar del corazón de aquél la denigrante desconfianza, surgía el tirano condenándola á la servidumbre de las bestias! v . La entrada de Peláez en día y hora insólitos so– brecogióde temor á Lajumera. Peláez era uno de los escasos concurrentes á la famosa galería de cristalesdonde andre j oshepa imaginóreunir á la "crema,, de j ayápolis durante el breve período de su megalomanía:concurrente de última hora-diez á doce de la noche- y de día de fiesta. Era un hombrezuelo de cuarenta y cinco á cin– cuenta años, jorobado de pecho y espalda: la natu– raleza, avara al formarle el cuerpo raquítico, se mostró liberal en las jorobas. Mas su color cadavé-

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