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250 LA BELLAEASO merse el pa.n. Sin quererlo ni saberlo acababa de dar nuevo pábulo á los celos de Lajumera. Pagó tomó la pértiga, y plantándose delante de la carreta' hostigó á los bueyes:-Aitari, aida! . ' El boyatero se alejó. La imaginación meridional de Lajumera se descarrió por el camino de las hi– pótesis aventuradas, teñidas en las negruras de su carácter celoso y receloso é incrédulo de lo bueno. Por qué ese Marchiku, tan prendado al parecer de Tomasha, se avenía · á casarse con su hermana, á la que nunca cortejó? .Él había oído decir que la boda era de conveniencia, á estilo de los caseros: tantas vacas ~e una parte y cuantas de la otra. El Marchi– ku acaso escondía egoístas propósitos; colarse dentro de la familia, aproximarse á Tomasha para ganar su voluntad, bajo el manto del parentesco. Esos sa– gardúos son tan astutos, tenaces, disimulados é in– sistentes! fríos por encima, muy ardorosos por de– bajo, á modo de los tizones que cubre la ceniza. El José Joaquín, manifestó la verdad entera? realmen– te Marchiku y Tomash~ no sostuvieron relaciones nunca? Esa vida suelta de las mujeres baskas. esas labores agrícolas compartidas, que en la soledad de los campos aproximan á los sexos, sin duda encu– bren intimidades cuya historia guardan los monta– races helechos . Por sí ó por no, al Marchiku no le daría entrada . Las cuatro de la tarde serían cuando llegó To– masha. muy animada, brillantes los ojos, encendi– das las mejillas, sonrientes los labios. Recogida por la atmósfera aldeana durante algunas horas, había vuelto á ser la Tomasha de antaño, lavandera, .bo– yeriza y segadora. Le daba acompañamiento y con– versación alegre un muchachón vestido de negro, el cual agarró entre sus dos descomunales manos la derecha de Lajumera y se la sacudió repetidas veces, como si menease la rama de un árbo l para
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