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244 LA BELLAEASO ángulo de la taberna, á la sazón solitaria, para exa– minar el maldito anónimo á sus anchas. El papel, lleno de borrones, y los groseros trazos de los ca– racteres delataban una mano inhábil, hecha á em– pujar la terrera y apilar ladrillos. Atribuyó la pa– ternidad del anónimo á Macho: quién otro, si no él? Pero la letra no era suya. La habría desfigurado? Quien escribe dificultosamente no posee ese arte, que requiere soltura de pluma. La dicta era de él; Macho trocaba en algunos vocablos r por l, y siempre la terminación ado por au. Le ocurrió que Macho se habría servido de su amigo y paisano Olargui. De suerte que eran dos los sabedores del secreto, dispuestos, por lo visto, á revelarlo. A La– jumera le sobrecogió un escalofrío de miedo. Por segunda vez interponíase la fatalidad á estorbarle ser feliz: antes la horrible dolencia de Florentina¡ ahora los malos hígados de un compañero, podri– dos de envidia. Per dió el sosiego¡ espiaba el repar– to de la correspondencia, escrutaba el rostro de To– masha, y más aún el de andre Joshepa y el de Pa– chika, por ver sí se transparentaba en ellos alguna cavilaciónó disgusto. Cómo no se les ocurría á lo~ denunciantes escribirles á ellas? Vivía persuadido de que repentinamente se descubriría la bigamia. Macho y Olargui continuaban haciendo gasto en la taberna. No les notaba ninguna mudanza de trato, mas no se atrevía á interrogarles. Un domingo se paseaba en el atrio, esperando á Tomasha. Se le reunió Facundo. Sus ojillos gatunos le asestaron una mirada torva, tan saturada de in– quina que Lajumera se puso en guardia. -Moño! en toa la Rioja no habrá pimientos mo– rrones más grandes que tu bazo. Te paseas y das pisto como si s'hubiesen rematau los grilletes de presidio! No t'ocurre que se puede descubril el sal– chucho de Florentina?
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