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A. CAMPIÓN 25 · ria del aldeano proporciona de suyo pocos recuer– dos, retenía minuciosamente los -sucesosinterrupto– res de la monotonía habitual. Y los que entonces recordó, siguiendo el' amplío panorama de la asocia– ción de ideas, eran para él los más importantes y salientes. El conde de Ajarte Je había recibido con la ama– bilidad que siempre dispensaba á todo el mundo, singularmente á los inferiores. Al principio se negó á vender el caserío, perteneciente al mayorazgo de Elkano, el principal de su casa. No había memoria en su archivo de que ningún Emparan de Bozue, antes ó después de poseer el condado de Ajarte, hu– biese jamás enajenado una parcela de tierra sita en· Alaba, Bizkaya y Gipuzkoa, donde la ilustre familia estaba heredada. El precio, por mucho que se corriese Martín, 110 sería grande. Cómo colocar una cantidad de dinero relativamente corta? Y la sólida garantía ele una finca rústica, habitada y cultivada por tan honradísima gente, de qué manera susti– tuirla? Amontonábanse las nubes en el horizonte político; la insurrección de Cuba era mecha encen– dida junto á un barril de pólvora; diplomático de muchas campanillas Je había ponderado la inevita– bilidad, tarde ó temprano, de un choque con los Es– tados Unidos. - Pídame usted lo que quiera, menos eso,-de– cía el conde, atusándose la luenga, finísima y cano– sa barba. Martín, que era corto de razones, no acertaba á rebatirle ninguna. Pero puso una cara tan compun– gida y triste, se levantó de la silla, al despedirse, con tal aire de abatimiento, que Ajarte, la bondad mis– ma, se dejó ablandar. - Siéntese usted, Martín. Vamos á cuentas! Sabe usted cuántos años hace que los Zubeldia habitan Lizardigaraicoechea?

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