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238 LA BELLAEASO nerosa prodigalidad que exhausta un tesoro. Perico no sabía levantarse por encima de la posesión car– nal. Al principio servían de frontera á sus aspira– ciones las paredes de la alcoba. Poco á poco fué descubriendo otras cosas: las que le habían faltado en su existencia vagabunda, de continuo corroída por la codicia del bien ajeno, ensombrecida por la eventualidad trágica del jornal, insuficiente y penoso, abierta el alma á todas las sugestiones del odio y la desesperación. Recordó la fase radiante de sus amo– res con Florentina, cuando ella le llevaba y traía como á un niño. Entonces le cautivaban la sensuali– dad provocativa de la mujer honrada que en el arro– yo se codea con las que no lo son y se impregna .de sutiles efluvios, propios para cautivar á hombres lascivos; el chisporroteo del ingenio callejero, agu– do, inverecundo, ayuno de respetos y harto de ma– licias; la impulsiva exteriorización de los instintos naturales, criados en libertad, sin las trabas de la ley moral..... Ahora, una sola mirada sumisa y cari– ñosa, expresión de afectos tranquilos y perennes, con su serenidad modesta le daba á conocer la ter– nura. Era como si la tierra del sur, seca, tostada, endurecida, se dejase penetrar por un líquido jugoso; ó cual si ante el sol africano, enardecedor de pasio- . nes, desplegasen su velo las nieblas adormecedoras de Baskonia. Mas nadie se cierne en la altura faltándote las alas que Lajumera ·se había industriado en cortar; las raíces de su ser le amarraban al suelo. Parecía– le un sueño que la hermosura corporal de Toma– sha hubiese llegado á ser de él. Enorgullecíase loca– mente al decir: "es mía, de ninguno otro más,,, sin– tiéndose dispuesto á sufrir la muerte antes que ce– derla. Encendíansele las mejillas con llamaradas de sultán celoso. Esta exigencia de la posesión exclu– siva, únicamente podía llenarse en lo porvenir; lo
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