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24 LA BELLAEASO Recuerdas cómo pasan por el camino, á trote co– chinero, con tres ó cuatro arrobas de peso en la cabeza, y amenudo la tripa hasta la boca? ¡Ah, Dios mío! cómo las remoja Diciembre, cómo las tuesta Agosto; hasta la lengua traen blanca de polvo los días de verano! Y luego, siéntate tres horas; el su– dor se enfría, se te pega la ropa al cuerpo, calada por la lluvia. Así correrán y trabajarán las nuestras hasta morir. Jesús, Jesús, qué hombre éste! Poder subir y aferrarse al pie de la escalera! Pluían las palabras con facilidad pasmosa, adqui– rida en el irrestañable charloteo de las coladas y del puesto de la plaza; y tan vehementes reconven– ciones desahogaron los sentimientos enardecidos de jo shepa,y tornó á restablecerse el equilibrio ordina– rio de sus afectos y el imperio de su docilidadnativa. Se puso en pie, y tras pausa que por lo breve no preparó la transición, dijo: - En fin, tú eres el amo; tú mandas. Y salió lentamente del cuarto, cuya tarima retem– bló con las ásperas pisadas. Martín, imperturbable, recogió el dinero y los resguardos. IV Martín, apoyado en el alféizar de la ventana, va– garosa y distraída la expresión de sus ojos azules, claros como dos gotas de agua, puntualizaba con exactitud absoluta los menores ápices de la escena conyugal, á pesar de los años transcurridos. Su vi– sión interna reproducía hasta los cuadros azules y blancos del refajo eleJo shepn y el gran petac.:110 ne– gro que recubría la región de las posaderas, tal y · como los contemplara cuando ella se dirigió á la puerta de la habitación, sometida, pero aun colérica. La memoria nada caudalosa, porque la vida rutina-
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