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226 LA BELLAEASO aconsejó siquiera? Las censuras acres del público le impresionaban hondamente, indignándole la des– vergonzada vuelta de casaca que advertía en la opi– nión, hostil á los marinos. Casi todo lo que estaba sucediendo lo previó en sazón oportuna; no obstan~ te, deliberadamente metió la mano en el avispero no para retirar de él un objeto precioso, sino por el gusto de meterla..... El hecho era inexplicable,pero era un hecho. Acaso entre los sumandos de su ca– rácter figuraba una peligrosa tendencia de inadapta– ción al común sentir de las gentes? Las puertas del Centro sólo se abrían á los so– cios que acreditaban cumplidamente, á juicio de los centinelas, la cualidad de tales. El balcón, re– pleto de banquillos, taburetes, tiestos y vasija rota ó retirada del servicio, vertería su contenido sobre los asaltantes. La escalera constituía una segunda línea de defensa. Los jelkides, muy poco numero– sos á primera hora, por ser día de · labor, venían armados de makilas y revólveres. Se esperaba que al siguiente, domingo,-el día del peligro-acudiría la mayor parte de ellos. Estos aprestos bélicos desazonaban á Luis, causante de una lucha violen. ta. Los socios, amargados por el recuerdo del pri– mer asalto, pensaban en defenderse con tesón: "el cuerpo coreográfico de las costas-decían-no se cerrará los agujeros abiertos por los yanquis, con tiras de piel baska,,. A las nueve de la noche un inspector de policía urbana se presentó buscando á Luis. - De orden del señor alcalde, su señor padre de usted, sígame á la estación del Norte. - Cómo á la estación? No habrá usted entendido bien..... -Antes del tren de las 9 y 55 hemos de estar allá. Luis, sorprendido, quiso resistirse; no encontró términos hábiles. Sospechaba que la orden era un

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