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CAPÍTULO OCTAVO I 1 u1s observaba con trisleza que cada dia era tL rp mayor su aislamiento moral en casa. Ha– bía llegado la temporada veraniega y á la par la gran "feria de vanidades,,. La cor– te, la aristocracia, los personajes, las di– versiones desvanecían la cabeza de Luz y dejulia. De la mañana á la noche no hablaban sino de trajes y visitas y recepciones, de la condesa B y de la duquesa O, de que esta dama era muy ama– ble y la de más allí una impertinente, de que las hijas de los marqueses de U, amigas de colegio, se habían hecho ó no las desconocidas. Rabietas y alegrías, lágrimas y sonrisas. se enseñoreaban de los rostros según los altibajos del trato social. El amor propio se mantenía en vibración continua, agran– dando, optimista ó pesimistamente, cualquier por– menor: un saludo, un apretón de manos. Las seño– ras de Alzaga fueron recibidas en audiencia por la Reina regente; salieron ponderando la amabilidad de la egregia señora, y la crónica dejayápolis hizo correr la noticia de que D. 0 Ambrosía tuvo ocasión de endilgarle á D.ª María Cristina la famosa frase, sin mejora de tratamiento, "ha visto usted?,, Don
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