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210 LA BELLAEASO las currucas, Je saludaron con sus más dulces silbos. Martín volvió sobre sus pasos, por la orilla del arroyo izquierdo. En medio, rodeada de la nívea espuma que levantaban sus movimientos, Pachika se bañaba los pies y las piernas. De cuando en cuan– do se entretenía en remedar á los mirlos, y cuantas veces acertaba en la imitación otras tantas se reía. Cuando vió á su padre, de un brinco de cabra saltó á tierra y se te aproximó, reflejando en los ojos gar– zos, grandes y serenos, de mirar dulcísimo y me– lancólico, los cambiantes de las ondas montañesas. Más abajo hallaron un magnífico pobo, cortado por el pie. -Vayámonos á descargar la carreta- dijo Mar– tín.- En seguida volveremos con ella á recoger este álamo, antes de que lo pudran las humedades. Una hora después estaban de vuelta, armadosde hachas. Limpiaron las ramillas y partieron el tron– co en dos pedazos desiguales. Al coger el mayor para cargarlo en la carreta, Pachika levantó uno de los extremos fácilmente, pero á Martín se le fué el suyo de entre las manos y cayó á tierra el tronco. La cara de Martín se entristeció. - He perdido fuerzas-dijo lamentándose; pare– cía que iba á llorar. Se ensimismó largo tiempo, mientras los ojo,sentr istecidos de Pachika le acari– ciaban. Movió varias veces la cabeza y comenzó á sonreírse. -Pachika, Pachika! aquí hace falta otro hombre, . Q .. 1 '? . 1? un Joven..... U1enme o traera. tu, e 1. Las mejillas de Pachika se pusieron color de amapola. - Te estoy buscando novio..... Te gusta Marchi– ku, el de Errondoberri? Pachika se estremeció ligeramente. Brillaron sus ojos con fugaz alegría y contestó ingenua: - ¡Yalo creo!
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